miércoles, 20 de octubre de 2010

Recordando a Gúdar-Javalambre

Ésta tarde he estado leyendo un capítulo del libro "Tierra sin Mar" de José Antonio Labordeta al cual dediqué el último artículo de éste blog, en él hablaba de pueblos del Maestrazgo turolense que guardan todavía la poca vida que les queda gracias a maestros, funcionarios, administradores civiles que deciden dejar la gran ciudad en la que viven para pasar una estancia de duración indefinida por los tranquilos pueblos de la sierra en búsqueda aparentemente de un trabajo pero en el fondo de un nuevo modo de vida, de nuevas gentes y nuevos paisajes, de una nueva experiencia en definitiva que llene ese vacío que siempre queda a aquellos que no hemos tenido el privilegio de disfrutar invierno y verano de esa riqueza que ofrece el mundo rural pese a su dureza y limitaciones.
Una vez más, me encuentro plenamente identificado en un artículo de éste gran escritor y me viene a la memoria ahora que justo ha pasado un año, mi experiencia entre las sierras de Gúdar y Javalambre, breve cual estrella fugaz pero intensa y fogosa al igual que dicha estrella.
Hablo de estrellas y me viene a la mente la fiesta de la estrella en Mosqueruela, pueblo que cual estrella marcó el destino ya hace muchos años antes cuando lo visité por primera vez en una oposición prometiéndome trabajar en éstas tierras que desde un primer momento me encantaron y mira tú por dónde circunstancias del destino acabé llegando allí. Sin duda Mosqueruela fue uno de los pueblos que más me impactó de toda la Comarca, elevado en altitud 1600 metros y en consecuencia el frío del invierno penetra hasta los huesos pero en cambio, el calor de sus gentes llega hasta lo más profundo del corazón, desde un primer momento el forastero se siente acogido entre la buena gente que allí se encuentra siempre abierta y amable, gente que da lo mejor de si en el día a día y que pese a su ahislamiento entre las montañas, muy lejos de los núcleos urbanos más próximos, se mantiene lleno de vida siendo un digno lugar para vivir. Tampoco olvido el cercano pueblo de Castelvispal, ahora amenazado por el olvido dado que apenas se encuentra gente entre sus casas, su dificultosa orografía y acceso hace pensar a uno una vez se encuentra allí que se encuentra en otra dimensión, en una especie de paraíso, tal vez en un retorno al pasado en el que el trato del hombre con la naturaleza era de tú a tú y en el que la madre naturaleza ofrecía los únicos medios para poder sobrevivir.
Allí cerca se encuentra también el pueblo de Valdelinares que me ofreció a 1700 metros de altura el honor de haber pisado el pueblo más alto de España y que también posee una de las pistas de esquí de la zona que han transformado ésta abrupta y salvaje zona en un paraíso turístico de invierno en el cual practicar el deporte de la nieve y que ha convertido las tranquilas tardes de fin de semana del invierno en una auténtica procesión de turistas valencianos que alejándose de las grandes urbes de la costa buscan su Pirineo particular entre éstas sierras.
Bajamos la sierra y nos encontramos con Alcalá de la Selva y entre la belleza que ofrece su entorno y las montañas nos damos de frente con los estragos que provoca a veces éste turismo de masas convirtiendo la hermosa ladera del monte de Virgen de la Vega en una horrorosa urbanización de apartamentos totalmente disonante con la armonía paisajística de éste entorno.
Pasamos hacia la depresión del Mijares por los Formiches, Formiche Alto y Formiche Bajo, dos pueblos que guardan con buen humor esa rivalidad que existe entre dos pueblos vecinos y más aún cuando uno resulta pedanía del otro, sin embargo ésta rivalidad no afecta al día a día de las gentes. Ya pasado éste pueblo llegamos a La Puebla de Valverde, punto de separación entre las sierras de Gúdar y la de Javalambre y puerta de entrada una vez dejada atrás la ya próxima ciudad de Teruel a éste mágico mundo rural, en consecuencia encontramos un pueblo de mezclas, de gentes de todos los sitios, de emigrantes y emigrados, pueblo de paso pero también de acogida, un pequeño paraíso a los pies del entorno urbano.
Entramos entonces en la Sierra de Javalambre, llegamos a Camarena de la Sierra, la carretera es magnífica hasta que se produce el desvío para llegar a las pistas de esquí, una vez pasado el desvío se hace impracticable, al parecer interesa más que los valencianos vayan cómodamente a esquiar que dar la oportunidad a las gentes de acceder tranquilamente a éste bello pueblo y descubrir sus encantos y a las nobles gentes de ese pueblo dar la oportunidad de ir a otros lugares sin sufrir problemas o verse aprisionados en su propio pueblo. Desde éste punto ascendemos el Javalambre, mítico alto en ésta serranía de Teruel desde el cual dicen, que en día claro se llega a divisar incluso el no muy lejano mar. La vista desde éste alto es perfecta divisándose todo éste bello territorio del cual hablo. Descendemos éste alto por su otra ladera, los senderos de éstas sierras son tantos y tan bien cuidados que ofrecen una inmejorable oferta turística y de ocio que no se puede despreciar, así pues, una vez llegados al fín del descenso encontramos Manzanera y su cercano balneario en el cual poder reposar nuestros fatigados huesos rodeados de un entorno natural dificil de mejorar, allí tenemos una estrecha senda que lleva al último pueblo de la zona, el último de la fila, el pueblo que más al sur se encuentra de Aragón y también más recóndito, tanto que una vez llegado a él parece que te encuentras en otra dimensión y una arquitectura que ya empieza a recordar a la de los pueblos valencianos que rodean ya ésta zona, tan sólo 50 kilómetros separan a éste recóndito pueblo de la gran capital valenciana, el olor a paella y naranjas ya es próximo.
Pero en lugar de pasar a las tierras valencianas volvemos por Arcos y Torrijas hacia el interior de la sierra para cruzar por Albentosa la via verde, una vía que perdió su vida férrea, llena de trenes que trasportaban el carbón turolense hacia la costa para recuperar una nueva vida en forma de vía verde cuidando el entorno natural en el que se encuentra y por la que ahora en lugar de trenes de carbon, circularán cicloturistas en un alegre paseo que al igual que el Mijares desembocará en el mar, una vez pasado San Agustín, pueblo que a sus puertas tiene tallado en piedra un gigantesco mapa de Aragón, indicando que ésta zona es también la puerta de entrada a éste gran país llamado Aragón, la puerta de salida hacia el levante, puerta que desgraciadamente muchos aragoneses tuvieron que atravesar dejando su bello país en busca de un futuro mejor.
De regreso hacia la sierra de Gúdar nos encontramos las masías de Olba, adentrándonos en una de ellas nos quedamos admirados al observar un modo de vida alternativo, la preservación todavía de una vida que camina de mano con la madre naturaleza, la admiración que produce la autosuficiencia de los masoveros sin más recursos que los de sus manos y los que ofrece ésta tierra y la fuerza con la que la trabajan ya sea en el suave verano o en el crudo invierno, superando el crudo temporal de los grados bajo cero y el aún más crudo paso del tiempo que nos quiere obligar a imponer un modo de vida urbano alejado del contacto con la tierra que nos vió nacer. Gentes que por muy apartadas que parezcan sus casas, siempre las abren al forastero y siempre están dispuestas a ayudar cuando se les llama a la puerta.
Acabamos nuestro recorrido llegando a la capital y cabecera comarcal, al gran pueblo en el que estuve viviendo durante todo éste tiempo y en el cual compartí junto con otros emigrados de la macrociudad maña de grandes esperiencias junto a las gentes de éstas sierras. De vuelta a éste pueblo me llegan innumerables recuerdos, las fiestas de San Miguel siempre animadas y con las peñas siempre abiertas y dispuestas a compartir la fiesta con los que vienen de otros lugares, la Comarca, oficina del desarrollo e impulso de ésta tierra y las agradables gentes que allí trabajan. En éste pueblo pese a la crudeza del duro invierno que invita poco a salir de casa, no es difícil encontrar amistades y no sólo eso, amistades de esas que a pesar del tiempo y la distancia se siguen guardando pues éstas sierras no sólo guardan un tesoro natural sino también un tesoro humano. Es por ello que aquí como en ninguna otra parte se dice que a Teruel irás llorando (Diciéndo "pero dónde me he metido" al estar tan lejos de la civilización) y te irás llorando (Triste por lo que dejas atrás, por ese vínculo afectivo que aunque estés poco tiempo viviendo allí, tendrás por siempre al pisar éstas sierras).
Es hora de partir, de volver a los orígenes, de volver a las tierras de mañolandia pero sigue y seguirá quedándome el recuerdo de aquel país de Gúdar y Javalambre, con la promesa de volver algún día aunque sólo sea de paso pues sé que pase el tiempo que pase, siempre habrá alguien esperando con buen gusto el regreso de los que partieron para volver a compartir ilusiones y experiencias. En definitiva un Mundo que recomiendo vivir a todo aquel que tenga la ocasión alguna vez de hacerlo pues vivir en las tierras de Teruel es un privilegio y tesoro de valor incalculable pese al sacrificio material que pueda suponer.